La confianza que debemos tener en la Madre de Dios cuando recurramos a ella
La
confianza que debemos tener en la Madre de Dios cuando recurramos a ella
Nos dice el
Evangelio, que habiendo sido convidado Jesús a las bodas de Caná en Galilea,
asistió a ellas juntamente con su Madre: y que habiéndose acabado el
vino en la comida, dijo la Madre a su divino Hijo: Vinum non habent. No tienen
vino. Con estas palabras quería María suplicarle, que consolase a aquellos
esposos que estaban afligidos por la falta de vino. Pero Jesús le
respondió: ¿Quid mihi et tibi est mulier? Nondum venit hora mea. (Joann.
II, 4). Con esta respuesta quería decir, que no había llegado todavía el tiempo
de hacer milagros, que debía empezar cuando saliese a predicar por la provincia
de Galilea. pero a pesar de una respuesta que parecía tan repugnante a los
deseos de su Madre, dice San Juan Crisóstomo, que el Hijo determinó obedecerla
(Homil 2in Joann): Licet hoc dixerit nondum venit
hora mea; maternis tamen prœceptis obtemperavit. Y en efecto, María mandó a
los que servían a la mesa, que hiciesen cuanto Jesús les ordenase. Luego Jesús
les previno, que llenaran los cántaros o hidras de agua hasta la boca, y esta
agua se convirtió inmediatamente en vino.
Cuan grande es el poder de María para
alcanzarnos de Dios la gracia
San Buenaventura
dice, que tiene tanto poder la Virgen María para con
Dios, que el Señor no puede dejar de atender las peticiones de esta
Señora: María tanti apud Deum est meriti, ut non possit repulsam pati.
(De Virg. c. 3). Pero ¿porque tienen tanta eficacia las súplicas de
María delante de Dios? San Antonio dice, que por ser su
Madre. Las súplicas de los Santos son súplicas de súbditos; las de María
son de madre, de donde deduce San Antonio, que tienen cierto
tono de imperio sobre Jesucristo, que tan especialmente la ama, y, por lo mismo,
es imposible que no le conceda lo que le pide.
Por esta razón, Cosme de
Jerusalén llama omnipotente el auxilio de esta Madre Divina:Omnipotens
auxilium tuum o María. Confirma esta opinión Ricardo de San Lorenzo,
porque, dice, es muy justo que el Hijo comunique su poder a la Madre. Y por lo
cual, el Hijo, que es omnipotente, ha hecho también omnipotente a la
Madre, en cuanto es capaz una criatura, esto es, en obtener de su Hijo
cuanto le pide.
Ella los salvará
por medio de su intercesión
Oyó Santa Brígida (Revel. l.
cap. 4) cierto día, que hablando nuestro divino redentor con la Virgen, le
decía: Pídeme cuanto quieras, porque tu petición no puede quedar
frustrada. Pete quod vis a me, non enim potest esse inanis petito
tua. Y la razón que da para afirmar esto es fuerte: Quia tu nihil mihi
negati in terris, ego nihil tibi negabo in cælis. Puesto que
nada me negaste tu mientras viviste en la tierra, nada te negaré mientras reine
Yo en el Cielo. San Gregorio, arzobispo de
Nicomedia, dice que: Jesucristo oye todas las súplicas de su Madre,
como quisiese cumplir de este modo las obligaciones y deberes de hijo, por
haberle dado el ser humano con el consentimiento, cuando le aceptó por
hijo. Por esto decía San Metodio mártir, a la Virgen María: «Alegráte,
alegráte, oh Virgen Santa, que tienes por deudor a aquél Hijo de quien todos
somos deudores; pero Él lo es tuyo por haber recibido de ti la humanidad».
De ahí toma margen
San Gregorio de Nicomedia para animar a los pecadores, diciéndoles, que si
recurren a la Virgen con voluntad de enmendarse, Ella los salvará por medio de
su intercesión: y volviéndose después a María, le dice: «Tienes fuerzas
insuperables; de modo que tu clemencia es más poderosa que la multitud de
los pecados». Y luego añade: «Nada resiste a tu poder, porque el Creador
reputa por suya tu gloria. «Nada os es imposible, dice San Pedro Damián, puesto
que podéis hasta comunicar a los desesperados la esperanza de salvarse» (Ser. 1 de
Nativ. de la Virgen).
«Por
tu intercesión conseguirán la gracia todos los que pidan misericordia
con propósito de la enmienda»
Refiere Ricardo
de San Lorenzo, que cuando
el Arcángel San Gabriel anunció a la
Virgen, que Dios la elegía por Madre de su Hijo, le dijo: Ne timeas
María; invenisti gratiam. (Luc. 1, 30); y después añade: Los que
quieran hallar la gracia, busquen a la inventora de ella. Cuando el
Arcángel le dijo, que había encontrado la gracia, se entiende que no la halló
para sí, sino para nosotros los pecadores que la habíamos perdido. Y por esto
dice un cardenal, que debemos acudir a María para decirle: Señora, la
cosa perdida debe restituirse al que la perdió: la gracia que vos encontrasteis
no es vuestra, porque Vos no la perdisteis nunca: es nuestra, porque nosotros
la perdimos por la culpa, y por lo tanto, debéis restituírnosla.
6. Santa Gertrudis tuvo una
revelación en la que escuchó, de que nos serán otorgadas a los
pecadores cuantas gracias pidamos a Dios por intercesión de María. Pues la
Santa oyó que, hablando Jesús con su Divina Madre, le dijo estas
palabras: «Por tu intercesión conseguirán la gracia todos los
que pidan misericordia con propósito de la enmienda». Si todo el
Paraíso pidiera a Dios una gracia, y María sola le demandara otra contraria a
ella, el Señor oiría a María y no a todo el Paraíso, porque según dice el P. Suárez: Deus
plus amat solam Virginem, quam reliquos sancta omnes: Dios ama más a
la Virgen que a todos los Santos juntos. Pongamos fin, pues, a este primer
punto, diciendo con San Bernardo: «Busquemos
gracia, y busquémosla por medio de María; porque es la Madre de Dios, y no
puede menos de ser servida por su Hijo».
Cuán grande es la piedad de María para
socorrernos en todas nuestras necesidades
Cuán grande sea la
piedad de María, se deduce del mismo hecho descrito en el Evangelio que
hemos expuesto arriba. «Falta el vino»; los esposos se afligen; ninguno de
aquella casa suplica a la Virgen que pida a su Hijo que los consuele en tal
necesidad; pero el corazón de María que no puede menos de compadecerse
de los afligidos dice San Bernardino de Sena, la mueve a hacer el
oficio de abogada, y a suplicar a su Hijo que obre un milagro. De
ahí deduce el mismo Santo la reflexión siguiente: «Si esta buena Señora
hizo tanto sin que nadie le suplicase, ¿que no hará cuando se le suplique?»Si
hoc non rogata perfecit, quid rogata non perficiet?
San Buenaventura deduce otro
argumento del mencionado hecho que refiere el Evangelio, para probar las muchas
cosas que podemos esperar de María, puesto que es Reina de los Cielos. Si fue tan
piadosa, dice el Santo, mientras vivía en este mundo, ¿cuánto más lo
será ahora que vive y reina en el Paraíso celestial? Y aduce en
seguida la razón en que se funda: porque ahora -dice- ve mejor la miseria de
los hombres: Quia magis nunc videt hominum miseriam. (S. Bon. in Spec
Virg. cap 8). María en el Cielo y a la vista de Dios, ve mejor
nuestras necesidades que cuando estaba en el mundo; y por esta razón, así como
se ha aumentado en Ella la compasión para con los hombres, así también aumenta
el deseo de consolarlos; porque es demasiado cierto lo que dice Ricardo de San
Víctor, hablando con la misma Virgen: Adeo cor tenerum habes, ut non
possis miserias scire et non subvenire. No es posible que esta
amorosa y tierna Madre sepa que una persona sufre, sin inclinarse a socorrerla.
San Pedro Damián
dice, que la Virgen nos ama con una amor invencible: Amat
nos amore invencibili (Ser. 1, de Nat Virg. ). Esto significa que,
aunque los Santos han amado a esta Señora tan amable, jamás el amor que ellos
le han tenido ha podido compararse con el que María le ha tenido a ellos. Y
este amor que nos tiene es, el que la hace estar tan solícita y cuidadosa de
nuestro bien. Los Santos, -dice San Agustín- son muy
poderosos en el Cielo para obtener de Dios las gracias que los hombres
piden por su mediación; pero María es más poderosa que todos ellos,
y más ansiosa por conseguir la divina misericordia a favor de sus devotos.
Y según esta
nuestra ilustre abogada, dijo a Santa Brígida, cuando un pecador implora su intercesión,
jamás Ella atiende a los pecados que ha cometido, sino a la intención y
disposición con que pide. Si la invoca con voluntad de enmendarse, Ella le oye,
y le defiende y salva con su intercesión. Ricardo de San Lorenzo dice:
que el Señor tiene fijos sus ojos sobre los justos: Occuli
Domini super justus (Ps. XXXIII, 16). Pero la Santísima Virgen los
tiene sobre los justos y sobre los pecadores; y con cada uno de
nosotros se porta como una madre, que no separa un momento la vista de su
tierno hijo para que no caiga, o al menos, para levantarle si alguna vez
cayere.
En María encuentran
refugio todos los reos, por cualquier delito que hayan cometido; y por esto el
Santo la llama «Ciudad de refugio de todos los que se acogen a Ella».
La Virgen María es
llamada en la Santa Escritura: Hermoso olivo en los campos. Quasi oliva
speciosa in campis, (Eccl. XXIV, 19). Del olivo no sale otra cosa que
aceite, así como de las manos y del corazón de María no salen otras
cosas que gracias y misericordias. Dícese que está en el campo, para dar a
entender, como dice Ugo cardenal, que está dispuesta a dejarse encontrar por
todos cuantos la busquen: Speciosa in campis ut omnes ad eam comfugiant.
En la antigua ley había señaladas cinco ciudades, donde encontraban asilo los
delincuentes, no por todos los delitos, sino por algunos solamente. Pero San
Juan Damasceno dice que: En María encuentran refugio todos los reos,
por cualquier delito que hayan cometido; y por esto el Santo la
llama «Ciudad de refugio de todos los que se acogen a Ella». ¿Que
temor, pues, dice San Bernardo, debemos tener de recurrir a María, la cual nada
de austera tiene y ningún terror inspira? Por el contrario, todo es dulzura,
toda clemencia: Quid ad Mariam accedere trepidat humana fragilitas?
Nihil austerum in ea, nihil terrible; tota suavis est.
Decía San
Buenaventura que cuando miraba a María, se figuraba ver
en Ella la misma clemencia que le amparaba bajo su protección: Domina,
cum te aspicio, nihil nisi misericordiam cerno. Un día dijo a Santa Brígida
la misma Virgen María: Será infeliz el que no se acoge a mi
clemencia pudiéndolo hacer: Miser erit, qui ad misericordiam, cum
possit, non accedit. El diablo anda girando cual león rugiente
alrededor de nosotros, en busca de presa que devorar, como dice San Pedro: Circuit
quærens, quem devoret. (I. Petr. v, 8.). Pero esta piadosa Madre, como dice
Bernardino de Butis, va siempre buscando los pecadores para salvarlos de
sus garras. Es tan piadosa esta Reina, añade Ricardo de San Víctor, que se
adelanta a nuestras súplicas, y nos ayuda antes que se lo supliquemos. En
efecto, porque, como dice el mismo autor y ya hemos observado arriba, tiene
María un corazón tan tierno para ayudarnos, que no puede ver nuestras
necesidades sin compadecerse de ellas.
No dejemos, pues,
de recurrir a Ella en todas nuestras necesidades, puesto que es una
Madre tan clemente; que se deja hallar del que la busca, siempre dispuesta a
ayudarle:Invenis semper paratam auxiliari, dice Ricardo de san Lorenzo.
Pero, ordinariamente, quiere que la invoquemos, y se ofende de que así no lo
hagamos. «Pecan contra vos ¡Oh Señora! -exclamaba San
Buenaventura- no solamente los que os ofenden, sino también los que no os
imploran». De donde se deduce, como dice el mismo santo Doctor,
que no es posible que María deje de socorrer al que la invoca,
porque ni sabe, ni ha sabido jamás, dejar de ayudar y consolar a los infelices
que recurren a Ella.
Para alcanzar las
gracias de esta buena Señora, conviene hacerle ciertos obsequios, tales
como:
1-Rezar todos los
días, al menos, una parte del Santo Rosario.
2-Ayunar todos los
sábados en su honor. Y puesto que algunos ayunan a pan y agua, ayunar de
este modo, al menos, en las vigilias de sus principales festividades.
3-Saludarla con las
tres Ave-Marías de costumbre al toque de oraciones, y con una,
siempre que suena el reloj, o se encuentra su imagen en cualquier parte:
pronunciar el Ave María siempre que uno salga de casa, o entra en ella.
4-Decir las
letanías de Nuestra Señora al retirarse a dormir, para lo cual
debe uno procurarse una bella imagen de la Virgen y colocarla cerca de la cama.
5-Tenéis además
otras muchas devociones que practican sus devotos; pero la más
útil es recomendarse a menudo a esta divina Madre, y rezarle por la mañana una
Ave María, suplicándole que nos permita pasar sin ofender a su Hijo aquél día,
y recurrir a Ella siempre que seamos atacados de alguna tentación,
diciendo: «Amparadme Señora». Basta nombrar a Jesús y a
María para vencer la tentación. Más si ésta no cesa, debemos seguir implorando
su ayuda a fin de que no seamos vencidos por el demonio.
San Buenaventura
llama a ésta Señora, la salud de quien la invoca: Salus
invocatium. Y en efecto; si se condenase un devoto verdadero de María, por
ejemplo, uno que quiere de corazón enmendarse, y se acoge con confianza a ésta
tierna Madre de los pecadores, esto sucedería, o porque María no
puede ayudarle, o porque no querría: pero esto no puede suceder, según dice San
Bernardo, siendo como es Madre de la omnipotencia y de la misericordia; y esta
es la causa de llamarse: «la Salud de quien la invoca». Valga por
otros muchos el ejemplo de Santa María Egipciaca, que hallándose en pecado
después de haber tenido una vida disoluta, y queriendo entrar en la iglesia de
Jerusalén en donde se celebraba la fiesta de la Santa Cruz,
para hacerla volver en sí, el Señor permitió que la iglesia que
estaba abierta para todos, estuviese cerrada para ella sola, porque queriendo
entrar, se sintió repelida de una fuerza invisible.
Entonces ella se reconoció: Se
retiró afligida, y quiso su dicha que hubiera encima del atrio del templo, una
imagen de María Santísima, a quien se encomendó de veras aquella infeliz
pecadora, prometiéndole mudar de vida. Éste propósito le dio fuerza
para entrar en el templo, y entonces cesó la dificultad de entrar que antes
encontraba: entra, encuentra el perdón de sus pecados, sale luego, va al desierto inspirada y movida
por Dios: y allí vivió cuarenta y siete años, haciendo penitencia de
sus pecados, hasta que murió y consiguió ser santa.
La Virgen María
es abogada tan clemente como poderosa, y que no sabe negar su protección a
quienes recurren a Ella. Fue destinada por Dios para ser Reina
y Madre de Misericordia, y como tal tiene que atender a los necesitados.
«Reina sois de misericordia», le dice S. Bernardo; «¿y quiénes son los súbditos
de la misericordia sino los miserables?». Y luego el Santo, por humildad,
añade: «Puesto que sois, ¡oh Madre de Dios!, la Reina de la misericordia, mucho
debéis atenderme a mí, que soy el más miserable de los pecadores».
Afirma Gerson que la bienaventurada
Virgen obtiene de Dios cuanto le pide con firme voluntad, y que
como Reina manda a los ángeles para que iluminen, perfecciones y purifiquen a
sus devotos.
Bajo tu amparo nos
acogemos, Santa Madre de Dios,
no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos siempre de todos los peligros,
OH Virgen gloriosa y bendita.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar
las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
—SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Sermón
para la Dominica Segunda después de la Epifanía.
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