LA COMUNIÓN ESPIRITUAL
La Comunión Espiritual es uno de los ejemplos más impresionantes y más claros del valor teológico del deseo.
¿Acaso no es bajo el sugestivo título: "Algunos elementos de la teología del deseo. De la eficacia del deseo leal y pleno de fe en la Eucaristía", como el señor canónigo Anger ubicaba en su Doctrina del Cuerpo Místico la cuestión de la comunión espiritual? Vamos a ver hasta dónde llega la eficacia de ese deseo cuando se trata de la comunión.
Las conclusiones de ello serán tan importantes y a la vez tan maravillosas que uno no puede sino estar perfectamente seguro de sus premisas.
Por ello, después de recorrer
concienzudamente los teólogos que estudiaron la cuestión en sí misma o bajo
algún aspecto, tomaremos esas premisas de Santo Tomás de Aquino y del Concilio
ecuménico de Trento: no existen bases más sólidas.
I .— Hay dos maneras, dice Santo Tomás,
de tomar la Eucaristía, una sacramental, por la que se reciben únicamente las
santas especies, la otra espiritual, por la que se recibe el efecto del sacramento,
es decir, la incorporación a Cristo. Pero hay también dos modos de tomar
espiritualmente el sacramento de la Eucaristía y de recibir sus efectos: en la
comunión al mismo tiempo espiritual y sacramental, por la cual se recibe el
sacramento en realidad, o en la comunión espiritual solamente, por la cual se
recibe el sacramento en deseo.
Sin duda, la comunión sacramental, dice
el santo Doctor, no se torna inútil por eso, porque: 1º-el deseo, que no se
realizaría desde que es posible, sería ilusorio;
2º la manducación sacramental procura
más plenamente el efecto del sacramento;
3º ella da un aumento de la gracia, un
perfeccionamiento de la vida espiritual.
Pero desde ya, LA SOLA COMUNIÓN
ESPIRITUAL
1º es suficiente para darnos la vida sobrenatural: Ad hoc quod simpliciter habeatur, sufficit perceptio eucharistiae in voto;
2º nos aporta el fruto, los efectos de
la comunión: Desiderant Eucharistiam et per consequens recipiunt rem
ipsius;
3º nos transforma en Jesús y nos
incorpora a él: Potest aliquis in Christo mutari et el incorporari, esto
mentis, etiam sine hujus sacramenti perceptione.
Esos efectos maravillosos de la
comunión, incluso si es sólo espiritual, que el Doctor Angélico afirma en
muchos lugares (cfr. III, 73, 78, 79, 80 passim), él los atribuye ante todo al
VALOR DEL DESEO inspirado por la fe y la Caridad sobrenatural: “EL efecto de un
sacramento”, afirma, “puede ser obtenido si se tiene el deseo de ese
sacramento, aunque no se lo reciba en realidad; así sucede en aquellos que se
alimentan espiritualmente de la Eucaristía antes de alimentarse
sacramentalmente con ella" (III, 1, 3).
Y compara esta eficacia a la del
bautismo de deseo o de la contrición perfecta que incluye el deseo de
confesarse. Pero a eso adjunta una EFICACIA ESPECIAL proveniente del sacramento
DE LA EUCARISTÍA: "Tal es la eficacia de su propia virtud, que el deseo
mismo de ese sacramento le obtiene al hombre la gracia que lo vivifica
espiritualmente". Cualquiera que sea por otra parte la explicación, el
hecho sigue siendo para Santo Tomás incuestionable: El efecto del sacramento de
la Eucaristía, la unidad del Cuerpo místico sin la cual no hay modo alguno de
salvación posible, puede ser obtenido antes de la recepción del sacramento, por
el deseo de recibir el sacramento. Ésta es la doctrina de Santo Tomás que
retoma, algunos siglos más tarde, apoyándose en la Tradición, el Concilio
ecuménico de Trento, en sus decretos dogmáticos sobre la Eucaristía.
Leemos en el capítulo VIII de la 13ª
sesión: "En cuanto al uso, empero, recta y sabiamente distinguieron
nuestros Padres tres modos de recibir este santo sacramento. En efecto,
enseñaron que algunos lo reciben sólo sacramentalmente, como los pecadores; otros,
sacramentalmente y espiritualmente, éstos son los que de tal modo se prueban y
se preparan, que se acercan a esta divina mesa con la vestidura nupcial; otros,
en fin, sólo espiritualmente, a saber, aquellos que COMIENDO CON EL DESEO AQUEL
CELESTE PAN EUCARÍSTICO EXPERIMENTAN SU FRUTO Y UTILIDAD, por la fe viva que
obra por la caridad".
El Catecismo romano del Concilio de
Trento, documento oficial de la doctrina romana, publicado por los papas San
Pío V y Clemente XIII en virtud de un decreto de ese mismo Concilio, transmite
a los pastores de almas esa doctrina.
El párrafo 55 del capítulo IV de la IIª.
parte lleva por título "De tres modos que hay de comulgar el Cuerpo y
Sangre del Señor": "Pero DEBE TAMBIÉN ENSEÑARSE a los fieles quiénes
son los que pueden aprovechar los inmensos frutos de la Eucaristía, que ahora
hemos mencionado; y asimismo QUE NO ES UNO SOLO EL MODO DE COMULGAR, para que
el pueblo fiel aprenda a codiciar los mejores dones..."
El Catecismo retoma entonces las mismas
palabras del Concilio, que se apoyan en el testimonio de nuestros antecesores
en la Fe, para colocar junto a la comunión sacramental a la comunión espiritual
y atribuirle los mismos efectos. Sin embargo, no totalmente: pues allí donde el
Concilio había dicho simplemente que la comunión espiritual procura el fruto y
la utilidad de la comunión sacramental, él precisa -conforme lo que vimos en
Santo Tomás- " si non omnes, maximos certe utilitatis fructus consequuntur".
Si LA COMUNIÓN ESPIRITUAL NO PROCURA ABSOLUTAMENTE TODOS LOS FRUTOS DE LA
COMUNIÓN SACRAMENTAL, ELLA NOS PROCURA, CIERTAMENTE, TODOS LOS MÁS GRANDES.
El decreto de Trento, observa el
cardenal de Lugo, parecía favorecer a los teólogos que atribuyen a la comunión
espiritual un valor ex opere operato. Por eso Suárez y Vázquez se levantaron
contra ellos; pero como es necesario explicar las palabras del Concilio: ellos
sentirán el fruto y la utilidad del sacramento, el cardenal de Lugo se esfuerza
por explicarlas así: "Por la comunión espiritual, se recibe primeramente
el aumento de gracia que se habría recibido de la comunión sacramental, porque
el deseo de comulgar aporta al alma un aumento de la gracia santificante y de
los dones de Dios. Incluso sucede a veces que alguno, a causa de su gran
fervor, reciba más gracias por una comunión espiritual que otro por una
comunión sacramental. Se dice que esta gracia proviene del sacramento, no por
la virtud del sacramento, sino porque el sacramento es el objeto del deseo: así
el deseo del martirio puede equivaler al martirio".
"En cuanto a los frutos secundarios
de la comunión sacramental, uno los puede recibir del sacramento, no como un
derecho: de condigno, -ex opere operato-, sino de congruo, -impretratorie, de forma
"impretatoria": Dios infinitamente misericordioso" concede al
alma, a causa de la excelencia del sacramento de la Eucaristía que se desea,
las gracias que habría aportado el sacramento recibido" (de Lugo B. 13-5
i, nº 1 y 2). Santo Tomás había dado una razón análoga para la justificación de
los adultos por el bautismo de deseo: "Dios, cuyo poder no está ligado por
los sacramentos visibles, santifica interiormente el alma a causa de ese deseo
que procede de la fe que obra en la caridad" (q. 6). En nuestros días,
autores espirituales sólidos se han ocupado de la comunión espiritual, el P. Mullendorf
en Alemania, el P. Chauvin en Francia, después de Monseñor de Gibergues, se atienen
a Santo Tomás y al Concilio de Trento.
Puesto que la Iglesia, en el Catecismo
de Trento, pide a todos los pastores de almas que prediquen, nosotros también
diremos a las almas: "CUANDO LA COMUNIÓN SACRAMENTAL ES IMPOSIBLE, HAY
OTRA MANERA DE COMULGAR Y DE RECIBIR EL MISMO FRUTO DEL SACRAMENTO, “rem
sacramenti”, y con él, si no todos los efectos, al menos CIERTAMENTE TODOS LOS
MÁS GRANDES: ES LA COMUNIÓN ESPIRITUAL".
II.— Los Santos, instruidos por el
cielo, no hablan de otro modo que la Iglesia, sus doctores y sus teólogos. "Todas
las veces que tú me deseas", dijo Nuestro Señor a Santa Matilde, "tú
me atraes a ti. Un deseo, un suspiro es suficiente para que me pongas en tu
posesión". "Tu deseo de recibirme ha tocado tan vivamente mi Corazón",
dijo el Sagrado Corazón a Santa Margarita María, "que si Yo no hubiera
instituido este sacramento, lo habría hecho en este momento para convertirme tu
alimento...". "Tengo tanto placer de ser deseado, que cuantas veces
el corazón forma ese deseo, otras tantas lo miro amorosamente para atraerlo a
Mí". En otra oportunidad Nuestro Señor dijo a la bienaventurada Ida de
Lovaina: "Llámame. Y Yo iré - "Ven Jesús", imploró ella de
inmediato y de pronto se siente llena de felicidad como si hubiera comulgado:
"En cualquier lugar, en cualquier manera que me plazca", le dice
Jesús, "Yo puedo, quiero y sé satisfacer los santos ardores de un alma que
Me desea". Cristo también le encarga a Santa Margarita de Cortona que le
recuerde a un religioso la palabra de San Agustín: "Cree... y tú habrás
comido". Esta "puesta en posesión de Cristo", esta "forma
misteriosa por la que Cristo se hace verdaderamente nuestro alimento",
esta "venida a nosotros de Cristo", esta "mirada maravillosa que
nos atrae a Él", esta "manducación espiritual de Cristo" que es
el fruto propio de la Eucaristía, se acompañará también, siempre por el
testimonio de los santos, de la mayoría de los otros efectos de la comunión
sacramental.
La liturgia la llama "el alimento y
el remedio", "cibus, remedium". San Agustín la llama "el
pan del corazón y la curación del corazón". Ella es "el alimento
cotidiano del fervor", y el Santo Cura de Ars ha dicho de ella: "La
comunión espiritual obra en el alma como un golpe de fuelle sobre un fuego cubierto
de cenizas y que comienza a apagarse". "Cuando sentimos enfriarse el
amor de Dios, ¡rápido!, ¡la comunión espiritual!". "El que coma mi
carne vivirá por Mí", había dicho Nuestro Señor en el Evangelio, y Él
decía a Santa Matilde: "¡Luego de tu despertar suspira por Mí con todo tu corazón!
Llámame con un suspiro de amor y Yo iré a ti, operaré en todas tus obras, y
sufriré en ti todos tus sufrimientos".
Es sabida la resonancia eterna de una
comunión sacramental: "Cada
vez", dijo Nuestro Señor a Santa Gertrudis, "que se mira con devoción
la Santa Hostia, uno aumenta su felicidad eterna y se prepara para el más allá
tantas delicias como habra multiplicado esas miradas de amor y de deseos hacia
la Eucaristía".
San Alfonso Rodríguez y Santa Gertrudis
confesaban haber recibido a veces "más gracias de una comunión espiritual
que de una comunión sacramental". "Por la comunión espiritual",
decía San Leonardo de Puerto Mauricio, "muchas almas han llegado a una
alta perfección". "Su alma", escribía un día, "recogerá de ella
muy grandes frutos; si usted la hace a menudo, le doy un mes de tiempo para cambiar
totalmente, pero sea perseverante". "Por una comunión
espiritual", declaraba Santa Teresa de Ávila, "la venida de Nuestro
Señor a mi alma produce en ella como un dulce calor que puede durar varias
horas".
"Por la comunión espiritual",
testimonia el beato Pedro Fabro, "uno se prepara a recibir además grandes
gracias de la comunión sacramental". Y San Juan Bautista Vianney se
consolaba con ella de no poder comulgar más que una vez por día: "No
podemos recibir a Nuestro Señor varias veces por día", decía, "pero
si lo amamos verdaderamente, supliremos a ello, uniéndonos a Él por la comunión
espiritual". Para finalizar, este grito de Santa Ángela de Foligno:
"¡Si mi confesor no me hubiera enseñado esta manera de comulgar, no habría
podido vivir!".
III.— No podemos concluir esta
exposición de la eficacia de la comunión espiritual sino diciendo con Monseñor
de Gibergues: "La comunión espiritual es poco conocida en su poderosa
eficacia y demasiado poco practicada. No se aprecia bastante su asombroso
valor". Nosotros mismos le decíamos últimamente lo mismo a Mons. Gerlier,
y él nos respondió de inmediato: "Usted me había exactamente como el papa
me hablaba hace algunos días. Yo le pedía que permitiese a los enfermos graves
de nuestras peregrinaciones comulgar cada día sin estar en ayunas, y en lugar
de responderme con entusiasmo como yo me esperaba que concedería el permiso,
quedé asombrado al escucharlo decirme: «¡Pero no se aprecia bastante, en tal
caso, la comunión espiritual! Vea pues, lo que de ella ha dicho Alfonso de
Ligorio». San Alfonso de Ligorio vuelve a decir, él también, que es una
verdadera comunión. "Oh maravillosa poder del alma humana", escribe
también Monseñor de Gibergues. "Poder que permite a cualquiera de nosotros
realizar por sí mismo, en cierta manera, lo que el sacerdote realiza para todos
los fieles. Un pobre salvaje no tiene ya un sacerdote para que lo bautice, pero
él puede elevar al Señor el clamor de su deseo: ¡helo bautizado! Una pobre
pecadora se vuelve hacia Dios: ella tiene sed de amor y de perdón: he aquí que
está perdonada. Usted no puede acercarse a la Santa Misa, dígale a Jesús: ¡Ven,
yo muero sin Vos! Jesús acudirá, usted habrá comulgado. Durante la misa, Jesús
se arroja a la voz de su amigo que lo llama: helo allí entre las manos del
sacerdote. Alma piadosa, formula en tu corazón un deseo ardiente: Jesús se
arroja hacia su esposa bien amada, ¡helo ahí en vuestro corazón! La creatura se
vuelve dueña de Dios. La comunión espiritual es verdaderamente una omnipotencia
dada a la creatura sobre el Creador, ella es ciertamente, como dijo el P.
Faber, uno de los más grandes poderes de la tierra".
CONCLUSIÓN PRÁCTICA
I.— ¿En qué consiste exactamente la
comunión espiritual? En un deseo sincero de recibir a Jesús en la Eucaristía,
deseo nacido de una fe viva y animado por la caridad sobrenatural.
Así la define Suárez, después de Santo
Tomás. El Concilio de Trento decía de una forma más realista: "Consiste en
comer en deseo el pan celestial, con una fe viva que obra por amor". La
fórmula más simple sería: "¡Veni, Domine Jesus! ¡Ven Señor Jesús!", o
la de nuestros pequeños Cruzados: "¡Jesús Hostia, tengo hambre de
Vos!". Pero la comunión espiritual supone:
1º que se puede vivir sacramentalmente:
los ángeles no pueden hacer la comunión espiritual;
2º que no se puede en ese momento
comulgar sacramentalmente: de lo contrario, el deseo no siendo sincero, sería
ineficaz;
3º que se tiene la fe y que se está en
estado de gracia, o que el acto de caridad nos pone en ella.
II.— Papel de la comunión espiritual en
la vida de los cristianos
A) Antes de la primera comunión: Si una
comunión espiritual, hecha en su nombre por la Iglesia en el bautismo,
sacramento de la comunión de deseo, dio a los bautizados la vida sobrenatural,
la comunión espiritual tendrá más eficacia todavía, advierte el P. Mullendorf,
en el niño, quien ya bautizado podrá merecer y que desea por sí mismo esta
comunión, de la cual tiene algún conocimiento y cierto amor. Si la comunión
espiritual es verdaderamente una comunión, donde el alma se nutre espiritualmente
de Cristo, para vivir de más en más de Él e incorporada a Él, ésta será pues, entre
el bautismo y la primera confesión o comunión, el gran alimento de vida divina
del pequeño bautizado, lo que va sobre todo a acrecentar su estatura
espiritual, su vida con Cristo. Con qué cuidado las madres cristianas, o sus
reemplazantes para la educación religiosa de los niños, catequistas o
celadoras, deberían hacer los mayores esfuerzos para que los niños deseen
recibir, lo más pronto y lo más frecuentemente posible a Jesús en la pequeña
hostia. Serán así, las madres nutricias del alma de los pequeños. Esta
formación para la comunión espiritual ferviente y frecuente, crecerá, sin duda,
al aproximarse la primera comunión, agudizando el apetito espiritual del
sacramento que permitirá al pequeño comulgante aprovechar plenamente su primer
alimento eucarístico sacramental.
B) Después de la primera comunión. La
comunión espiritual debería tener su lugar:
1º Ante todo, en un momento fijo, todas
las mañanas cuando uno no pueda comulgar. Y podríamos incluso afirmar otro
principio: TODO VERDADERO CRISTIANO DEBE COMULGAR TODOS LOS DÍAS: O
SACRAMENTALMENTE O, si no puede, ESPIRITUALMENTE.
La Eucaristía es el pan cotidiano.
2º Además de esta comunión diaria,
sacramental o espiritual, cuán necesario sería que el hábito de la comunión
espiritual fuera adoptado por todos: por ejemplo, a la noche, antes de
acostarse, pensando en la comunión del día siguiente, y a la mañana, después
del ofrecimiento, desde el despertar: "A tu despertar, decía Nuestro Señor
a Santa Matilde, suspira por Mí con todo tu corazón; en la comunión de la misa,
si en verdad no se puede comulgar sacramentalmente: «Entonces, hay que devorar
con los ojos del espíritu este divino alimento, abrir la boca del alma con un
ardiente deseo de recibirlo» (Rodríguez), al principio y al fin de una visita
al Santísimo Sacramento, como lo recomienda San Alfonso de Ligorio, pasando delante
de una iglesia y al ver un campanario. Quizá se podría pensar en ella antes de
comer, en lugar de precipitarse sobre el alimento corporal.
Santa Margarita María hacía hacer a sus
novicias, durante un retiro, cinco comuniones espirituales por comida. Ella
misma, durante un retiro, la hacía con cada bocado que tomaba. En el catecismo
y en las reuniones de Cruzada eucarística, ¿no se podría, después de haber hecho
comprender a los niños el valor de la comunión espiritual, hacer de ella el
objeto de un esfuerzo particular que se señalaría de manera especial en el
tesoro del Sagrado Corazón? Se le adjudicaría una gran importancia y se
indicarían los progresos. La gracia hará el resto. "Siti sitiri".
Jesús tiene sed que se tenga sed de Él. "Qui edunt me adhuc esurient". Aquel que me come me tendrá
todavía hambre. Cuanto más lo comamos espiritualmente o sacramentalmente,
tendremos más hambre de Jesús.
Y llegaremos a esa sed insaciable de
comulgar que el Sagrado Corazón daba a Santa Margarita María, como la señal de
que era conducida por el Espíritu Santo: “¡Reconocerás que mi espíritu te guía,
en el hecho de que te da una sed insaciable de comulgar!”.
—J. M. DERÉLY, S. J., La Comunión
Espiritual, 1934. Nihil obstat: Toulouse, 12 de septiembre de 1934, Louis
Sempé, S. I.
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